La ausencia y la presencia de Dios
Dios está «más allá», más allá de nuestro corazón y nuestra mente, más allá de nuestros sentimientos y pensamientos, más allá de nuestras expectativas y deseos, y más allá de todos los acontecimientos y experiencias que conforman nuestra vida. Y aun así Dios es el centro de todo ello. Encontramos aquí el centro de la oración, dado que se hace evidente que, en la oración, la distinción entre la presencia de Dios y la ausencia de Dios no se distingue realmente. En la oración, la presencia de Dios no se separa nunca de la ausencia de Dios, y la ausencia de Dios no se separa nunca de la presencia de Dios. La presencia de Dios está mucho más allá de la experiencia humana de estar juntos, tanto que se percibe fácilmente como ausencia. Por otro lado, la ausencia de Dios se siente a veces tan profundamente que lleva a una nueva sensación de presencia de Dios […].
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 22,1) […] Cuando Jesús pronuncia estas palabras en la cruz, la soledad y la aceptación absolutas se tocan la una a la otra. En ese momento de completo vacío se cumplió todo. En esa hora de tinieblas se percibió una nueva luz. Se presenciaba la muerte, pero se confirmaba la vida. Cuando la ausencia de Dios se manifestaba más intensamente, más profundamente se revelaba la presencia de Dios. Cuando Dios, a través de la humanidad de Jesús, escogió libremente compartir nuestra experiencia más dolorosa de la ausencia divina, Dios se nos hizo más presente. En este misterio es donde entramos cuando oramos.
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