
Somos ventanas al amor de Dios
La vida en comunidad nos hace personas; es decir, personas que hacen sonar a través de otras (personare en latín significa «resonar, sonar a través de») una verdad, una belleza y un amor que es más grande, más pleno y más rico de lo que nosotros mismos podemos alcanzar. En la verdadera comunidad somos ventanas que ofrecen continuamente unas a otras imágenes de la presencia de Dios en nuestras vidas. Así, el modo de vida en comunidad es una verdadera modalidad de oración. Nos hace captar la presencia del Espíritu, que exclama «Abbá, Padre» entre nosotros y ora así desde el centro de nuestra vida en común. La comunidad es, pues, obediencia que practicamos juntos. La cuestión no es solo dónde me lleva Dios como persona individual que trata de cumplir su voluntad. Más esencial y más importante es la pregunta: «¿Dónde nos lleva Dios como personas?».
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