
Hacerse amigo de la muerte
Nuestra primera tarea es hacernos amigos de la muerte. Me gusta esa expresión, «hacerse amigo». La oí por primera vez de labios del psicoanalista jungiano James Hillman, que acudió a un seminario que impartí sobre espiritualidad cristiana en la Divinity School de la Universidad de Yale. Insistió en la importancia de «hacerse amigo»: hacerte amigo de tus sueños, hacerte amigo de tus sombras, hacerte amigo de tu inconsciente. Dejó perfectamente claro que, si queremos ser seres humanos plenos, debemos aceptar la totalidad de nuestra existencia; maduramos si incorporamos a nuestro yo no solo la luz, sino también la zona oscura de nuestra historia. Esto para mí tenía mucho sentido, ya que me siento muy familiarizado con mi propia inclinación, y la de otros, a evitar, negar o suprimir la parte dolorosa de la vida, una tendencia que siempre conduce al desastre físico, mental o espiritual […].
Tengo el profundo sentimiento, difícil de expresar, de que, si pudiéramos de verdad hacernos amigos de la muerte, seríamos personas libres. Muchas de nuestras dudas y vacilaciones, contradicciones e inseguridades están tan vinculadas con nuestro asentado miedo a la muerte que nuestras vidas serían muy diferentes si pudiéramos relacionarnos con la muerte como con un huésped familiar en lugar de como con un extraño peligroso.
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