
Creatividad recíproca
Los que queremos propiciar un cambio debemos antes aprender a ser transformados por aquellos a quienes queremos ayudar. Esto, por supuesto, es excepcionalmente difícil para quienes viven su primera exposición a una zona donde reina la angustia. Ven casas pobres, gente hambrienta, calles sucias; escuchan a la gente que grita de dolor y no dispone de cuidado médico; huelen cuerpos sin lavar y, en general, se ven abrumados por la miseria que los rodea. Pero ninguno de nosotros podrá dar si no ha descubierto antes que lo que da es tan solo algo muy pequeño comparado con lo que ha recibido. Cuando Jesús dice: «Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados» (Lc 6,21), hemos de poder ver esa felicidad. Cuando Jesús dice: «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40), nos está dirigiendo una invitación no solo a ayudar, sino también a descubrir la belleza de Dios en todos aquellos que vamos a ayudar. Mientras veamos solo pobreza repugnante no estamos en disposición de dar. Cuando, sin embargo, encontramos gente que se ha entregado realmente a trabajar en los suburbios y guetos y que sienten que su vocación es prestar servicio allí, encontramos que han descubierto en las sonrisas de los niños la hospitalidad de la gente; las expresiones que usan, las historias que cuentan, la sabiduría que muestran, los bienes que comparten; hay oculta tanta riqueza y belleza ahí, tanto afecto y tanto calor humano, que el trabajo que realizan es solo una pequeña devolución de todo lo que han recibido ya.
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