Las personas alegres no necesariamente hacen chistes, se ríen o siquiera sonríen. No son personas con una mirada optimista sobre la vida que siempre relativizan la importancia de un momento o un acontecimiento. No, las personas alegres ven con los ojos abiertos la dura realidad de la existencia humana y al mismo tiempo no son presas de ella. No tienen una idea equivocada de los poderes malignos que rondan por el mundo «buscando a quién devorar» (1 Pe 5,8), pero saben también que la muerte no tiene un poder definitivo. Sufren con quienes sufren, pero no se aferran al sufrimiento; apuntan más allá, indicando una paz perpetua.