En las últimas décadas he sido particularmente consciente de la importancia clave que tiene nuestra relación con la naturaleza. Mientras sigamos considerando los árboles, los ríos, las montañas, los campos y los océanos como propiedades que podemos manipular para satisfacer nuestras necesidades reales o inventadas, la naturaleza seguirá permaneciendo opaca y no revelará su verdadero ser. Cuando consideramos que un árbol no es más que una silla en potencia, no puede decirnos mucho acerca del crecimiento. Cuando un río es tan solo un vertedero para nuestras basuras industriales, ya no nos habla de movimiento. Y cuando creemos que una flor es solo un modelo para hacer un objeto ornamental de plástico, la flor pierde su verdadero poder de revelarnos la sencilla belleza de la vida. Cuando consideramos la naturaleza sobre todo como una propiedad de la que podemos servirnos, se vuelve opaca, y su opacidad se manifiesta en nuestra sociedad como polución. Los ríos sucios, los cielos cubiertos de humo, las colinas horadadas y los bosques arrasados son tristes señales de nuestra falsa relación con la naturaleza.