La gran conversión de nuestra vida es darnos cuenta y creer que muchos acontecimientos inesperados no son solo molestas interrupciones de nuestros proyectos, sino la manera que tiene Dios de moldear nuestros corazones y prepararnos para su regreso. Nuestras grandes tentaciones son el aburrimiento y la amargura. Cuando nuestros planes se ven interrumpidos por el mal tiempo; nuestras organizadas carreras, por una enfermedad o por la mala suerte; nuestra paz mental, por la inquietud interior; nuestra esperanza de paz, por una nueva guerra; nuestro deseo de un gobierno estable, por un constante cambio de dirigentes, y nuestro deseo de inmortalidad, por la muerte real, nos sentimos ten- tados de abandonarnos a un hastío paralizador o de devolver el golpe con una destructiva amargura. Pero cuando confiamos en que la paciencia puede acrecentar nuestras esperanzas, entonces el destino puede convertirse en vocación; las heridas, en una llamada a un entendimiento más profundo, y la tristeza, en un lugar donde nazca la alegría.