Siempre he sido muy consciente de que tengo un tiempo limitado. A menudo me pregunto: «¿Podría duplicar mi edad todavía?». Cuando tenía treinta años, me decía: «¡Todavía puedo vivir otros treinta!». Cuando tenía cuarenta, musitaba: «Quizá esté ya a medio camino». Hoy ya no puedo decir lo mismo, y mi pregunta es ahora: «¿Qué voy a hacer con los pocos años que me quedan?». Todas esas preocupaciones por el tiempo limitado vienen de abajo. Se basan en la suposición de que nuestra cronología es lo que tenemos para vivir. Pero, si lo miramos desde arriba, desde la perspectiva de Dios, nuestro tiempo está dentro del abrazo intemporal de Dios. Mirado desde arriba, nuestros años en la tierra no son solo kronos, sino kairós –otro término griego para indicar el tiempo–, que es la oportunidad que tenemos de proclamar el amor que Dios nos ofrece por toda la eternidad.