El mundo está sometido al poder del mal. El mundo no reconoce la luz que brilla en la oscuridad. Nunca ha sido capaz, y nunca lo será. Sin embargo, hay personas que, en medio de este mundo, viven sabiendo que él está vivo y vive en nuestro interior, que ha vencido el poder de la muerte y ha abierto el camino hacia la gloria. ¿Hay personas que, en recuerdo suyo, se reúnen, se sientan en torno a la mesa y hacen lo que él hizo? ¿Hay personas que siguen contándose unas a otras sus historias de esperanza y salen juntas a ayudar a sus semejantes, no pretendiendo resolver todos los problemas, sino para llevar una sonrisa a un hombre moribundo y un poco de esperanza a un niño abandonado?

Esta vida eucarística es tan pequeña, tan insignificante y sí, está tan escondida, pero es como la levadura, como una semilla de mostaza, como la sonrisa en el rostro de un niño. Es lo que mantiene viva la fe, la esperanza y el amor en un mundo que se halla constantemente al borde de la autodestrucción.