Los pobres que vemos a diario, las historias sobre deportaciones, torturas y asesinatos que escuchamos todos los días y los niños malnutridos que tocamos cada día nos revelan el Cristo sufriente que se ha escondido en nuestro interior. Cuando dejamos que esta imagen del Cristo sufriente dentro de nosotros crezca hasta alcanzar su plena madurez, entonces el ministerio de los pobres y oprimidos se convierte en una posibilidad real; porque entonces podemos de verdad escucharle, verle y tocarle dentro de nosotros y entre nosotros […] Una vez que hayamos visto al Cristo sufriente dentro de nosotros seremos capaces de verle también allí donde veamos gente que sufre. Una vez que hayamos visto al Cristo sufriente dentro de nosotros seremos capaces de reconocerle en nuestro más íntimo ser. Y así sentiremos que el primer mandamiento, amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, se parece mucho al segundo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22,39-40).