Da la impresión de que cuanto más me acerco a las personas pobres y rotas del mundo, mayor es mi deseo de hablar directamente sobre Dios y menos inclinado me siento a tratar de los asuntos candentes de nuestros días. Esto no significa que no me interesen dichos asuntos; de hecho, estoy más interesado en ellos que nunca, pero, de algún modo, la forma en que me enfrento a ellos ha cambiado. Ahora estoy más implicado en la vida de la gente que sufre alguna discapacidad y cada vez me implico más en los problemas de gente con sida y de gente que sufre angustia y dolor internos. En cierto modo, estas personas me piden que me centre cada vez más en Dios y parecen pedirme no tanto que les ayude a resolver sus problemas, sino que les revele el inmenso e íntimo amor que siente Dios por ellas.