Celebrar la eucaristía exige que vivamos en este mundo aceptando nuestra corresponsabilidad por el mal que nos rodea y nos invade. Mientras sigamos quejándonos de los difíciles momentos que nos ha tocado vivir, de las terribles situaciones que tenemos que aguantar y del insoportable destino que debemos sufrir, no conseguiremos llegar nunca a la contrición. Y la contrición solo puede crecer desde un corazón contrito. Si nuestras pérdidas son fruto del destino, ¡nuestras ganancias son fruto de la suerte! El destino no conduce a la contrición, ni la suerte al agradecimiento.
De hecho, tanto nuestros conflictos personales como los conflictos a escala regional, nacional o mundial son nuestros conflictos, y solo proclamando nuestra responsabilidad hacia ellos podremos superarlos al optar por una vida de perdón, de paz y de amor.
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