«Se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40,8). La Palabra de Dios es realmente poderosa. No solo la oración de Jesús, sino muchas palabras de la Escritura pueden remodelar el yo interior. Cuando tomo las palabras que me han impactado durante la misa del día y las repito despacio mientras leo o trabajo, casi masticándolas, esas palabras crean nueva vida. A veces, cuando me despierto en mitad de la noche y sigo diciéndolas, se convierten en alas que me llevan más allá de los estados de ánimo y las turbulencias de los días y las semanas.