La amistad, el matrimonio, la familia, la vida religiosa y toda otra forma de comunidad es soledad acogiendo soledad, espíritu hablando con espíritu y corazón llamando a corazón. Es el agradecido reconocimiento de la llamada de Dios a vivir juntos y el alegre ofrecimiento de un espacio acogedor donde el poder recreador del Espíritu de Dios puede hacerse manifiesto. De este modo, todas las formas de vida juntas pueden convertirse en caminos para revelar, unos a otros, la verdadera presencia de Dios en medio de nosotros.
La comunidad no tiene mucho que ver con la compatibilidad. Semejanzas en entorno educativo, base psicológica o estatus social pueden unirnos, pero nunca podrán ser la base de una comunidad. La comunidad se basa en Dios, que nos llama a estar juntos, y no en la atracción de unas personas hacia otras […] El misterio de la comunidad es precisamente que acoge a todas las personas, sean cuales sean sus diferencias individuales, y les permite vivir juntas como hermanos de Cristo e hijos de su Padre celestial.
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