No infravaloremos lo difícil que es ser compasivos. La compasión es difícil, porque requiere una disposición interior para acompañar a los demás allí donde son débiles, vulnerables, solitarios y fragmentados. Pero esta no es nuestra respuesta espontánea al sufrimiento. Lo que más deseamos es acabar con el sufrimiento huyendo de él o buscando un remedio rápido. Como [personas] ocupadas, activas e importantes, queremos ganarnos el pan haciendo una contribución real. Esto significa, en primer lugar, hacer algo que demuestre que nuestra presencia marca la diferencia. Y de ese modo ignoramos nuestro mayor don, que es nuestra capacidad para solidarizarnos con los que sufren […].

Quienes pueden sentarse junto a otra persona sin saber qué decir, pero sabiendo que deben estar ahí, pueden llevar nueva vida a un corazón agonizante. Quienes no tienen miedo a tomar la mano en gratitud, a derramar lágrimas de dolor y a dejar escapar un suspiro de angustia que surge desde el corazón pueden romper barreras paralizadoras y ser testigos del nacimiento de una nueva comunidad, la comunidad de las personas rotas.