¿Qué hacemos con nuestras pérdidas? […] Tenemos que lamentar nuestras pérdidas. No podemos alejarlas de nosotros, por mucho que hablemos o hagamos, pero podemos derramar lágrimas por ellas y afligirnos por ellas. La aflicción nos hace experimentar el abismo de nuestra propia vida, en la que no hay nada fijo, claro o evidente, sino en la que todo cambia y se mueve constantemente […] Pero en medio de todo ese dolor escuchamos una voz extraña, impactante y al mismo tiempo sorprendente que dice: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados». Es una noticia inesperada: una bendición se oculta en nuestra aflicción. No son bienaventurados los que consuelan, ¡sino los que sufren! De alguna manera, en medio de nuestras lágrimas hay un don escondido. De alguna manera, en medio de nuestra aflicción, se dan los primeros pasos de un baile. De alguna manera, el llanto que brota de nuestras pérdidas forma parte de nuestros cánticos de agradecimiento.