Ya conocemos la historia del encuentro entre Jesús y María Magdalena, dos personas que se querían. Jesús dice: «María». Ella le reconoce y dice: «Rabbuní (que significa “Maestro”)» (Jn 20,16). Esta sencilla y conmovedora historia me acerca a mi miedo y al mismo tiempo a mi deseo de ser conocido […] Con frecuencia me siento tentado a pensar que soy amado solo porque me conocen parcialmente. Temo que el amor que recibo sea solo condicional, y entonces me digo: «Si realmente me conocieran, no me amarían». Pero, cuando Jesús llama a María por su nombre, habla a todo su ser. Ella se da cuenta de que aquel que la conoce más profundamente no se está alejando de ella, sino que viene a ofrecerle su amor incondicional […] María siente a un tiempo que es plenamente conocida y plenamente amada. La división entre lo que cree que puede revelar sin temor y lo que no se atreve a revelar ya no existe. Jesús la ve completamente, y sabe que los ojos que la miran son los ojos del perdón, de la misericordia, del amor y de la aceptación incondicional […] ¡Qué alegría ser plenamente conocidos y plenamente amados al mismo tiempo! Es la alegría de pertenecer a Dios por medio de Jesús y estar completamente a salvo y completamente libres.