Quiero decirte que gran parte de tu anonadamiento no puede disiparse sin más. Está ahí. Y el dolor más profundo que tú y yo sufrimos es con frecuencia el dolor que permanece con nosotros toda nuestra vida. No puede simplemente solucionarse, arreglarse, acabar con él… ¿Y qué se nos dice entonces que hagamos con ese dolor, con ese anonadamiento, con esa angustia, con esa agonía que se eleva constantemente en nuestro corazón? Somos llamados a aceptar ese dolor, a hacernos amigos suyos. No a apartarlo, pisotearlo o ignorarlo. Sino a aceptarlo, a amistarse con él, a decir: «Este es mi dolor», y lo acepto como la manera que Dios tiene de mostrarme su amor.