Dios vino a nosotros porque quería caminar con nosotros, escuchar nuestra historia y ayudarnos a darnos cuenta de que no estamos caminando en círculos, sino yendo hacia la casa de la paz y la alegría. Este es el gran misterio de la Navidad, que sigue dándonos consuelo y consolación: no estamos solos en nuestro camino. El Dios del amor que nos dio la vida envió a su único Hijo para que estuviera con nosotros en todo momento y en todo lugar, para que nunca tuviéramos que sentirnos perdidos en nuestras dificultades, sino que confiáramos en que él camina con nosotros.

El reto es dejar que Dios sea quien quiere ser. Una parte de nosotros se aferra a nuestro aislamiento y soledad, y no permite que Dios nos toque donde más dolor sentimos. Con frecuencia le ocultamos precisamente esos lugares de nuestro ser donde nos sentimos culpables, avergonzados, confusos y perdidos. Y de este modo no le damos la oportunidad de estar con nosotros donde más solos nos sentimos.