¡Las alegrías están ocultas en las penas! Lo sé por mis propias épocas de depresión; por vivir con personas disminuidas psíquicas; por mirar a los ojos de los enfermos y por estar entre los más pobres de los pobres. Solemos olvidar esta verdad y nos sentimos abrumados por nuestra propia oscuridad. Perdemos fácilmente de vista la perspectiva de nuestros gozos y hablamos de nuestras penas como si fuesen la única realidad existente.

Necesitamos recordarnos unos a otros que el cáliz del dolor es también el cáliz de la alegría, que lo que nos causa tristeza puede convertirse en un fecundo campo de alegría. En efecto, tenemos que ser ángeles los unos para los otros, necesitamos darnos mutuamente fuerza y consuelo. Porque solo cuando seamos plenamente conscientes de que el cáliz de vida no es solo un cáliz de tristeza, sino también de alegría, seremos capaces de beber de él.