Señor:
Qué difícil es aceptar tus caminos. Vienes a mí como un niño pequeño e indefenso que nació lejos de casa. Vives por mí como un extranjero en tu propia tierra. Mueres por mí como un criminal fuera de los muros de la ciudad, rechazado por tu propio pueblo, malentendido por tus amigos y sintiéndote abandonado por Dios.
Mientras me preparo para celebrar tu nacimiento trato de sentirme amado, aceptado y a gusto en este mundo, y trato de superar los sentimientos de alineación y separación que siguen asaltándome. Pero me pregunto ahora si mi profundo sentimiento de desamparo no me acerca a ti más que mis ocasionales sentimientos de pertenencia. ¿Dónde celebro de verdad tu nacimiento: en una casa acogedora o en una casa extraña, entre amigos que me reciben con gusto o entre personas desconocidas, con sentimientos de bienestar o sentimientos de soledad?
No tengo que huir de estas experiencias que se parecen tanto a las tuyas. Igual que tú no perteneces a este mundo, yo tampoco pertenezco a este mundo. Cada vez que me siento así tengo la oportunidad de estar agradecido y de aceptarte mejor y saborear más plenamente tu alegría y tu paz.
Ven, Señor Jesús, y quédate conmigo donde más pobre me siento. Confío en que este sea el lugar donde encontrarás tu pesebre y traerás tu luz. Ven, Señor Jesús, ven.
Amén.
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