Hay gente que dice que le tiene miedo a la muerte. Otros dicen que no. Pero la mayoría de la gente tiene miedo a morir. El lento deterioro de mente y cuerpo, los dolores de un cáncer que se extiende, los devastadores efectos del sida, convertirte en una carga para tus amigos, perder el control sobre tus movimientos, oír medias verdades cuando te hablan, olvidar acontecimientos recientes y los nombres de quienes vienen a verte… todo esto y mucho más es lo que realmente tememos. No sorprende que a veces se diga: «Espero no tardar mucho tiempo. Espero morir de repente de un ataque al corazón y no después de una enfermedad larga y dolorosa».

Pero, sea lo que sea lo que pensemos o esperemos, la forma de morir es impredecible, y preocuparnos por ella es algo bastante inútil. Pero debemos estar preparados. Prepararnos para nuestra muerte es la tarea más importante de la vida, al menos si creemos que la muerte no es la disolución total de nuestra identidad, sino su revelación más plena. La muerte, tal como Jesús habló de ella, es ese momento en que la derrota total y la victoria total se hacen una misma cosa. La cruz sobre la que murió Jesús es el signo de esta unidad entre derrota y victoria. Jesús habla sobre su muerte como «ser elevado».