Lo que debo hacer en primer lugar es ser fiel. Si creo que el primer mandamiento es amar a Dios con todo mi corazón, toda mi mente y toda mi alma, entonces al menos debería poder pasar una hora al día solo con Dios. La cuestión sobre si es útil, rentable, práctica o fecunda es completamente irrelevante, porque la única razón para amar es el amor en sí. Todo lo demás es secundario.

Sin embargo, lo más extraordinario es que sentarte en presencia de Dios durante una hora cada mañana –día tras día, semana tras semana, mes tras mes–, en total confusión y con una miríada de distracciones, cambia radicalmente mi vida. Dios, que me ama tanto que envió a su único Hijo no a condenarme, sino a salvarme, no me deja esperando en la oscuridad tanto tiempo. Quizá piense yo que cada una de esas horas es inútil, pero, después de haber pasado treinta o sesenta o noventa horas inútiles, me doy cuenta poco a poco de que no estaba tan solo como pensaba; una voz muy tenue y dulce ha estado hablándome mucho más allá de mi ruido.

Así que ten fe y confía en el Señor.