Quizá he vivido demasiado rápido, con demasiada agitación, demasiado frenéticamente, y he olvidado prestar atención a lo que ocurre aquí y ahora, justo delante de mí. Igual que podemos descubrir todo un mundo de belleza en una sola flor, así la gran gracia de Dios puede saborearse en un breve instante. De igual manera que no hace falta hacer un gran viaje para contemplar la belleza de la creación, tampoco hace falta un gran éxtasis para descubrir el amor de Dios. Pero tienes que permanecer quieto y esperar para darte cuenta de que Dios no está en el terremoto, en la tormenta o en el relámpago, sino en la suave brisa con la que acaricia tu espalda.