La pobreza es la cualidad del corazón que nos hace identificarnos con la vida, no como una propiedad que defender, sino como un don que compartir. La pobreza es una disposición permanente a decir adiós al ayer y avanzar hacia experiencias nuevas y desconocidas. La pobreza es comprender interiormente que las horas, los días, las semanas y los años no nos pertenecen, sino que son un delicado recordatorio de que estamos llamados a entregar no solo amor y trabajo, sino la propia vida, a quienes vienen detrás de nosotros y ocuparán nuestro lugar. El cuidador o cuidadora es invitado a ser pobre, a desprenderse de la idea equivocada de ser propietario y a crear espacio para la persona que busca un lugar donde descansar. La paradoja del cuidado es que la pobreza es un buen anfitrión. Cuando nuestras manos, nuestra mente y nuestro corazón están llenos de problemas, preocupaciones e inquietudes, apenas puede haber espacio para que el extraño se sienta como en casa.