Esta mañana, John Eudes habló sobre el otoño como un tiempo de plenitud, un tiempo de cumplimiento en el que la riqueza de la naturaleza se hace abundantemente visible, pero también como un tiempo en que la naturaleza apunta más allá de sí misma por la fragilidad de su belleza temporal […] Cuando salí al exterior, quedé sobrecogido por la belleza del paisaje que se presentaba ante mis ojos. Al contemplar el valle de Genesee me sorprendieron los vivos colores de los árboles. El amarillo de los nogales, las diferentes tonalidades de rojo de los arces y robles, el verde de los sauces: juntos formaban un maravilloso espectáculo. El cielo estaba repleto de misteriosas formaciones de nubes y, mientras bajaba desde el albergue, los rayos del sol atravesaron las nubes y cubrieron la tierra con su luz, haciendo que los campos de maíz se asemejaran a un tapiz dorado.

La belleza del otoño es increíble en esta parte del país. Solo puedo decir con el salmista: «Las colinas se orlan de alegría […] los valles […] aclaman y cantan» (Sal 66,13-14).

Dentro de dos semanas, las coloridas hojas caerán arremolinándose en el suelo y los árboles quedarán desnudos, anunciando la llegada del invierno y de la nieve. En unos meses todas las colinas estarán blancas, y el verde del trigo de invierno quedará cubierto por una densa capa de helada nieve. Pero entonces podremos recordar las fuerzas ocultas que están debajo y que se mostrarán de nuevo a quienes tengan la paciencia de esperar.